DE LEOPOLD BLOOM A ULISES
Estos
tiempos, navegante, no están hechos
para la gloria,
los
dioses no toman partido por los hombres
y
las pocas doncellas que florecen
están
más preocupadas en asuntos triviales
que
en favorecer a los héroes novelescos.
Las
calles de Dublín exhalan un rancio
vapor de religiones,
aquí
se van a las manos, a los cuchillos,
católicos y protestantes.
Mueren
piadosamente, en nombre del mismo Dios
que
tanto aman y defienden.
Entretanto,
yo leo los inútiles chismes de provincia
sentado
en el sanitario glacial de porcelana,
y
pienso qué cara poner en el entierro,
o
qué vestido lucir y que palabras expresar
a los deudos.
Doy
vueltas a la patata, vieja y arrugada,
que cargo en mi bolsillo
acaso
como un tic, tal vez como una leve
y
silenciosa rebeldía por los cuernos
que
me aplica Molly Bloom, con religiosa constancia
casi con cariño.
Mi
vida es simple como un gancho de ropa,
mi
única batalla es soportarme todo el día,
mirar
en el espejo este rostro sin mayor atributo,
afeitarme,
ponerme el traje, como quien viste
el
esqueleto de un espantapájaros.
Mi
trabajo es pensar cómo poner la mente en cero,
no
tengo, como tú, una isla lejana, ni un perro fiel,
menos
una princesa ambigua tejiendo y destejiendo
el tiempo sin oficio.
Por
eso, aunque no lo creas,
mi
lucha cotidiana es tan heroica como la tuya:
mi
destino consiste en no tener destino,
sólo
en pasar por el ojo del día
como
un camello ciego hacia la nada.
NOMBRAR EL DÍA
Las
palabras de todos los días están gastadas,
dando
tumbos entre el espíritu y la hojarasca,
viajan
como hojas barridas por el viento,
chocan,
gimen, se entreveran
en
las calles recién lavadas por la lluvia.
El
cazador quiere atraparlas,
huyen
del desamor a otras fronteras.
Palabras
sucias, en el diario comercio de los hombres,
agonizan
de sed, en la lengua de estropajo,
se
atragantan en el pecho del suicida.
A
veces brillan o se oscurecen
en
la penumbra de los desterrados.
Con
el miedo acezante
los
guerreros comparten su pan en la trinchera,
las
otras sombras, que también se saben efímeras,
se
silencian, de cara a la emboscada.
Nombrar
el día, mientras la lluvia sin sosiego
sigue
hilvanando su oscuro monólogo.
JORGE
ELIÉCER ORDÓÑEZ MUÑOZ. Cali, Colombia, 1951. Licenciado en
Filología e Idiomas, UPTC, Tunja. Estudios de Lingüística en la Universidad del
Valle. Magíster en Literatura Hispanoamericana. Instituto Caro y Cuervo,
Bogotá. Profesor de Literatura y Artes del Lenguaje en la UPTC, de Tunja. Uno
de los fundadores del grupo Si Mañana Despierto. Ha publicado los libros de
poesía: Ciudad Menguante (1991); Vuelta de Campana (Premio Instituto de Cultura
y Bellas Artes de Boyacá, 1994); Brújula Insomne (1997); Farallones (2000); El
Puente de la Luna (2004); Desde el Umbral, poesía colombiana en transición,
Tomos I y II, antología y estudio introductorio, 2005 y 2009; Exiliados del
Arca (2009), Palabras Migratorias (2010), La Casa Amarilla (2011), Manuscrito de
Sísifo (V Premio Nacional de Poesía UIS 2014), Cuerpos sobre campos de trigo
(XV Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus, 2014), La tarde no cae (Obra
reunida 2008-2014, Finalista en el Premio Nacional de Poesía Ministerio de
Cultura 2015)
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