Cada vez que voy a los cementerios
los muertos me abrazan.
Me dan un saludo cálido y el tiempo no se detiene.
Me dan un beso en la mejilla
y el tiempo no se detiene.
La ropa blanca que se seca en el borde de todo laberinto,
no se detiene.
Un filo de cuchillo sobre el pensamiento no se detiene.
Una pisada en medio de los crisantemos no se detiene.
Sólo tiene vida el abrazo que nos dan los muertos.
El abrazo cálido de los muertos nunca se detiene.
Disparé –Señor Juez– al que le gusta detener a los
muertos
en su viaje.
Un muerto no debe ser fotografiado.
Un muerto no debe perfumarse con esencia de
cedro porque el ataúd cerrará su boca. El rostro de la
muerte no sabe del tiempo.
Hay que tener cuidado.
Hay tanto cuervo en el cielo a la espera de los olores
corporales.
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